El
editor de la Biblioteca de Chilenia,
Emiliano Navarrete, me solicitó presentar el lanzamiento del libro
de un autor, para mi, desconocido. Se trataba de Gonzalo Fernández,
mas conocido en el fandom como Tué Tué, quien estaba incursionando
con una colección de cuentos para adultos. Debido a la falta de
tiempo, Emiliano me pasó el libro en estación Santa Lucía del
Metro, cerca de mi trabajo, y de allí nos fuimos caminando y
conversando rápidamente, por un par de minutos. El hacia otro
compromiso y yo de vuelta a mi trabajo.
Para mí, se trataba
de un misterio. De partida, Emiliano ya me había contado que todos
sus libros tenían la misma portada. Y en aquella se aprecia
claramente la pica en rojo y amarillo, claros indicadores de España,
pero enmarcada en la estrella araucana de 8 puntas, la Guñelve,
quien según algunos representa a Venus y de acuerdo a otros a la
flor del canelo, pero que sin dudas es un signo del pueblo Mapuche,
que tomó prestado el pueblo chileno para su propia bandera. El fondo
era parcialmente azul, del color profundo que es sagrado en la
cosmología Mapuche, y finalmente el blanco de la nieve dejaba en
claro que hablaba de Chile, y que estaba ante gente que algo sabía
de simbología.
Arriba se proclamaba
en letras pequeñas a su autor: Gonzalo Fernández, junto al extraño
título de Narraciones Extravagantes.
Eso despertó mi curiosidad, y leí la siguiente proclamación:
“sigue buscando cual será su cara definitiva, que construye
diariamente, esa que represente cada una de las personalidades que
padece este extraño sujeto que soy yo…”.
Eso es raro, pensé,
e imperdonable si el seudónimo fuese alguien de mi generación, pero
de inmediato vi que había nacido en 1985. Ah… un joven –pensé-
en busca de su destino, ya se le pasará. Pero la explicación surgió
de inmediato al ver que era Ingeniero Civil en Informática, pues, al
ser yo mismo informático, puedo dar fe que jamás he visto a nadie
cuerdo que trabaje en tecnologías de la información.
Para rematarla, busqué lo
que significaba el sinónimo Tué Tué, que nuestro autor usa en sus
redes sociales, así que recurrí a un video donde el agudo académico
Salfate se manda un discurso de 15 minutos sobre el Tué Tué o
Chonchón. Ahí me di cuenta que correspondía al viejo mito de la
lechuza que anuncia la muerte, y que sería una especie de vampiro
que les robaría la energía a los enfermos hasta mandarlos a la
tumba.
Miré las primeras páginas
y me encontré con algo parecido al logo de Batman. Era un dragón
alado tocando el Kultrún. ¿Qué extraño, me dije, dónde he visto
esto antes? Estaba seguro que el incluir imágenes de rock satánico
en libros de cuentos ya se había hecho.
Con estos
antecedentes extraños, me aboque a leer el libro lo más rápidamente
posible, para hacer una presentación decente, y salir del paso del
compromiso. Me dije a mi mismo que no soy
un novato en presentar libros, y entre mis haberes tengo la
participación en el lanzamiento de la
Segunda Enciclopedia de Tlön de Sergio
Meier, que es uno de los libros más bellos y complejos que jamás
leí. En comparación, esto será fácil, pensé. Es sólo un libro
de cuentos.
Pero entonces dejé
mis prejuicios de lado y comencé a hacer lo único que alguien debe
hacer para juzgar una obra: leerla. Pues jamás debemos juzgar una
libro por su cubierta, ni por el autor, y ni siquiera por la imagen
que este autor proyecta. Si tiene pinta de actor de cine, nada nos
asegura que su obra sea bella. Si es rico, puede que su literatura no
valga ni un peso. Si es pobre, puede que esté escribiendo oro
brillante. Si se presenta como artista de rock, puede que sus
escritos no suenen bien. Si se cree grande puede que sea un enano y
viceversa. La literatura tiene una larga historia de personajes que
no concuerdan con lo que escriben. Y estoy cierto que a pocos nos
gustaría encontrarnos en persona con un Poe o un Lovecraft, que nos
desilusionaríamos de Philip K. Dick, y que jamás dejaríamos
nuestros hijos pequeños al cuidado de Lewis Carol, ni menos de
Platón.
Entonces comencé a
leer y encontré un tesoro. Lo primero que hallé fue una lección,
una cita de Edgard Allan Poe, que dice “Todo lo que vemos o
parecemos es un sueño dentro de otro sueño”, y que me hizo de
inmediato recordar La Vida es Sueño
de Calderón de la Barca, la Metáfora
de la Caverna, de Platón, y La
Matrix. Todo lo cual me revelaba a un
autor profundamente angustiado con la metafísica de la vida.
No voy a revelar las
tramas y naturaleza de los cuentos, pero si quiero decir que me
gustaron muchos de ellos. Se trata de historias cortas donde más
allá de la trama y de los personajes, lo importante es una idea que
les da vida. Nos encontramos en ellos con seres extravagantes
y con personajes extraños, a veces en entornos sobrenaturales, pero
siempre en ambientes chilenos, muchos de los cuales son cercanos a
Concepción, lo cual revela raíces.
Gonzalo Fernández
nos habla de las fuerzas telúricas de Chile, y de los animales
míticos que las generan, asociando a monstruos gigantescos con
fenómenos naturales. En su libro se ven ecos de Jorge Baradit, y del
autor de fama internacional China Melville, en particular de su
Estación de Calle Perdido.
Pero principalmente sus fuentes son la mitología Mapuche y la
popular del campo Chileno, y también la del gran mitólogo chileno
Miguel Serrano, quien trajo elementos nórdicos y de la mitología
nazi al escenario sobrenatural nacional. Sin olvidar que la
influencia de Lovecraft parece permear todos los relatos. Pocos saben
que la mitología de Serrano ha tenido una fuerte influencia en la
literatura chilena, y que se le puede ver tanto en Los
Altísimos de Hugo Correa, como en
Caliz, Thule y los Dioses
de Antonio Montero, y en la obra de Baradit, entre muchos autores. Y
no es extraño pues mitos como los de la Tierra Hueca con una entrada
en la Antártida, Ygdrasil, el árbol del mundo, y la geománcia de
puntos terrestres, son irresistibles para crear literatura. Recuerdo
que años atrás Serrano envió una carta a La
Segunda, reclamando que se respetaran
los nombres geománticos originales de los cerros San Cristobal y
Santa Lucía, que debían ser Tupahue y Huelén, respectivamente. El
reclamaba que la tierra poseía puntos mágicos, donde se centraban
las energías, que podían ser dominadas por brujos e ingeniería
mística.
Gonzalo nos habla de
animales asociados a puntos naturales, los ríos y las cumbres de las
montañas, que se despiertan ante la intervención humana, generando
catástrofes. Se trata de criaturas gigantescas, cual las lombrices
monumentales de Duna, y que tienen en sus historia tanta fuerza como
aquellas. Todos seres que quizás tengan su origen en la antigua
leyenda Mapuche de la creación, y de las serpientes del mar y de la
tierra, quienes crearon a Chile en un cataclismo provocado por una
batalla crucial.
También nos habla de
criaturas fantásticas de la fantasía universal, pero que tienen un
brillo especial e inesperado en sus historias.
En muchos de sus
cuentos se puede interpretar de forma
ambigua la causal de la acción. ¿Realmente ocurrió por un hecho
sobrenatural? ¿O acaso estamos ante la descripción de la
esquizofrenia?
Además, nos
encontramos con muchos otros tipos de relatos, desde
instrospecciones , análisis de nuestra sociedad enferma y teorías
conspiratorias, como aquella de que los gringos controlan el clima,
hasta discusiones filosóficas, como una en donde medita sobre la
muerte. Por sobre todo, tendré que releerlo para investigar el
origen de muchos mitos que aparecen en él.
¿Qué puedo decir del
libro? Que aprendí muchísimo leyéndolo, y que me hizo pensar en
todo lo dicho. Que pasé un buen tiempo leyéndolo y que lo
recomiendo. Y que le deseo mucha suerte a Gonzalo Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario